lunes, 7 de enero de 2008

2008

Leo un par de Leyreciteses. Y entonces me emociono. Y me doy cuenta de que todos somos iguales, pero distintos. “Todos somos Leyre?” Que eso lo pensamos todos, y que tenemos la enorme suerte de que Leyrecita nos lo cuenta y nos lo hace ver, con la mejor de las sonrisas posibles, de esas de reirte de uno mismo, que son las que mejor sientan. Pero sobre todo me doy cuenta de que lo que nos hace grandes, lo que nos hace personas, es poder compartir precisamente todas esas cosas. Y me siento afortunada, por poder contar con ella en mi vida. Eso si que es grande.

Yo, igual que ella, pienso que el cambio de año es esa oportunidad universal de por fin poder hacer las cosas bien… otra vez. De por fin ser fiel a los principios y propósitos… otra vez. Con la aventura de que a veces unos no tienen nada que ver con los otros. De pensar esta-si-que-si!

Yo normalmente estreno el año con una hora de coche, desde la cena con la familia (la de sangre) hasta el reencuentro con la otra familia (la cuadrilla). Es una hora crucial, mucho te lo juegas con la elección del disco, y luego ya todo lo demás depende de las vueltas que le des al coco. Que en una hora al volante son muchas. Piensas que ha sido del año que se va, que será del que viene, que es lo que nunca dejaras que te vuelva a pasar, y que es lo que por fin conseguirás que pase. Piensas muchas cosas.

Este año no tuve esa hora. La fiebre, la indigestión y yo nos saltamos el protocolo, que ya vale de tonterías. Así que inspirada por Ley pienso ahora aquí esa hora. Dejándolo en la pared del exhibicionismo voyeurista, que entonces hay tanta presión como vergüenza. Di que yo hago trampa, porque le doy la misma importancia al cumpleaños. Entonces me planto como quien no quiere la cosa con dos momentos de borrón-y-cuenta-nueva a lo largo del año… Tomándome el verano de vacaciones, que para eso esta. Así que la carrerilla para este nuevo pistoletazo de salida empezó en Septiembre. Ahora empieza la carrera de verdad. Y me ha pillado en forma.

Y pienso que el 2008 va a ser grande.
(Estamos en edad de merecer que dice Leyre)

Si, Ley, terminamos con 24, si, atrapados en mitad de ninguna parte, entre el mundo del botellón, las piruletas de corazón y los descuentos joven y las hipotecas, los alquileres y los proyectos de boda por otra. Estar en mitad de ninguna parte es de lo mas difícil. “nunca se va tan lejos como cuando no se sabe donde se va”. Vivimos esos momentos de ingravidez entre un planeta y otro… Y hay que saber hacerlo bien… o te puedes marear. Es como estar en medio de dos tornados. Hay que encontrar con cuidado un espacio en el que no terminar succionado por uno de ellos.

Pero nos caen los 25. Impar pero precioso. No cerramos un año… Cerramos una etapa. Ahi queda todo para archivar, y nos llevamos lo esencial. Lo que nos hace nosotros a fin de cuentas.

Yo le pido al 2008 el cambio. Moving on. Ese es el titulo.
Que cuando digo NO sea de verdad NO. Y que los sies sean sies. Pero de verdad.
Ser una persona coherente. Quiero saber que quiero… Y entonces conseguirlo. Y no liarla por el camino.
Pedir la beca de una vez. Y no estaría mal que me la diesen.
Materializar ese sueño de “el gran viaje”, como punto de desengrase entre London y lo que sea que venga detrás.
Ser puntual. Y eso que la cultura británica ha hecho mucho por mí en ese sentido.
Ser paciente. Y vivir más despacio. Y tener presente que hay que comer y dormir…
Tiempo con mis amigas. Aun no se que seria de mi sin ellas…
No preocuparme por lo que no vale la pena. Entender que no siempre se recibe lo que se da. Y que entonces no pasa nada. Superar ese, como fundamental trauma. La gente, como la vida, viene y va.
Tener presente que disfruto de los veintitantos. Y que ya habrá tiempo de tomarse la vida en serio. Que el azar es el anónimo de la providencia, que cuando se cierra una puerta se abre una ventana… Y que todo lo que ocurre, ocurre por alguna razón.

Desafío aceptado. Ahí están mis ideas del 2008. Pero otra vez hago trampa. Bueno, un poco. Se que cuando el mareo de estar entre los dos tornados se me suba a la cabeza, y me entren ganas de vomitar, se que cuando la resaca de ahogar estos propositos envalentonados, que para eso me pillan con carrerilla, haga que quiera ser aplastada por los dos muros hasta hacerme tan enana que parezca desaparecer… Se que entonces tendre a la familia, a las dos, la de sangre y la cuadrilla, para recomponer a quien verdaderamente soy. Porque ellos son quienes nos hacen personas. Ellos son quienes nos hacen grandes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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